
Cada vez se vuelve más común comentar que la mujer que logra ser madre, esposa y trabajadora a la vez, se cataloga como una “súper mujer”. Quienes se expresan de esta manera creen que están haciendo un bien. Lejos de constituir un halago, más bien es una ofensa para todas las mujeres. Al describir a estas mujeres como superiores, inconscientemente, descartamos al otro grupo de mujeres, las que deciden ser madres, pero no trabajadoras; las que se entregan a su pareja y a su trabajo, dejando a un lado la posibilidad de tener hijos; o las que encuentran en su profesión todo lo que necesitan, por lo que no quieren sacar tiempo para vivir en pareja o tener una familia. Qué errada forma de pensar. De una manera u otra, le adjudicamos una serie de características como: la perseverancia, la motivación, la dedicación, la responsabilidad, entre otras más, a un grupo limitado de mujeres. Esa serie de características no le pertenecen únicamente a unas “súper mujeres”, sino que son inherentes de toda mujer, sin importar si tienen a su pareja, sus hijos o su trabajo como prioridad. Sin querer, nos convertimos en la voz opresora que a través del tiempo nos ha pisoteado, puesto piedras en el camino y tratado como si fuésemos menos. Aquella voz que nunca ha reconocido que todas somos mujeres por igual.
A través del tiempo nos han subestimado en todos los sentidos, pero nada ha sido más difícil de combatir que el discrimen que hemos sufrido como clase trabajadora. Desde los comienzos de esta lucha, las mujeres no hemos sido más que víctimas en el proceso. Desde 1908, donde cientos de mujeres se organizaron para protestar en contra de la muerte de 146 mujeres a causa de malas condiciones laborales. Sin conocer el precedente que tendría dicha huelga, la cual provocó que el 8 de marzo de cada año se celebre el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, las mujeres lucharon y continuan luchando hoy día para reivindicar sus derechos. Aunque es cierto que muchas condiciones de trabajo han mejorado en general, también es cierto que aun queda mucho por hacer; desde lo más sencillo, como el acceso e incorporación al mundo laboral, el problema del acoso sexual por parte de los compañeros de trabajo, hasta el conflicto de la maternidad con las oportunidades de ascenso y la desigualdad salarial. Para muchos de estos problemas ha habido respuesta con una que otra solución, gracias a la política pública.
Uno de los pioneros, y valga reconocer que es hombre, fue John F. Kennedy en 1963, cuando firmó la Ley de Igualdad Salarial. En los últimos años, Barack Obama hizo lo propio, y con la Ley de Equidad Salarial Lilly Ledbetter, defendió también la igualdad. Lamentablemente, esto no es suficiente. El mejor ejemplo para demostrar que un par de oraciones en un papel no bastan, es el hecho de que, aun cuando el panorama ha cambiado porque hay más mujeres en las escuelas y universidades, cuando se buscan los números en los trabajos, estos se invierten. Esta problemática se complica más cuando tomamos en consideración los diferentes panoramas posibles: mujeres negras, mujeres lesbianas, transgénero. Estos factores añaden nuevos matices a la controversia inicial, que es el discrimen en el empleo.
El discrimen más presente hoy día es la desigualdad salarial. La brecha salarial ha sido objeto de estudio por muchas organizaciones, incluyendo el American Association of University Women (AAUW). En el 2014, esta organización encontró que había una brecha de 21% entre el salario de los hombres y las mujeres. Utilizaron data del Departamento de Educación, el Censo, y el Departamento de Estadísticas Laborales para llegar a estos resultados. Casi para la misma fecha, el Foro Económico Mundial, en un estudio que realizó para conocer la situación actual y cómo lucía el panorama para el futuro, concluyó que las mujeres recibirán igual paga que los hombres cuando pasen al menos 118 años. Este pronóstico dejará de ser un mito y se convertirá realidad si las mujeres no comienzan, desde ahora, a exigir lo que merecen.
Ante todas las situaciones que se abordan en este escrito, la solución principal, y que está al alcance de todos, es la educación. Tanto la mujer como el hombre, como resultado de educarse, deben comprender que esto no es una competencia. Primero, se debe educar el hombre para que reconozca que aunque existan diferencias biológicas, la mujer tiene el mismo potencial y la misma capacidad para llevar a cabo, con autonomía, el mismo trabajo que él hace. Luego, la mujer, para que su autoestima le permita reconocer que, tanto ella como todas las demás, tienen los mismos derechos que un hombre de mantenerse a sí mismas económicamente gracias a un empleo. Una vez logremos entenderlo, no nos será difícil respetar a quienes no tienen las mismas metas que nosotras. Tampoco caeremos en la trampa de criticar a otras porque piensen distinto, aunque eso sea lo que el mundo erróneamente espere que suceda. Por último, pero no menos importante, demostraremos que podemos ponerle fin a ese mito de competencia mortal que existe entre nosotras, pues después de todo, hoy seguimos siendo subestimadas.
-Isabel Sierra Velázquez
Fuentes:
1. The Simple Truth about Gender Gap, AAUW Spring 2016 Edition.
2. Juliette Howit, Women will get equal pay…in 118 years, The Guardian (https://www.theguardian.com/lifeandstyle/2015/nov/18/women-will-get-equal-pay-in-118-years-wef-gender-parity)