
Todos conocemos la frase “el pipí es pa’ las nenas”, pues prácticamente la hemos venido escuchando desde antes de tener uso de razón. Es una frase inocente y hasta “buena”, un elogio para un hombrecito; sin embargo, nunca escuchamos “la totita es pa’ los nenes”, a menos que estemos refiriéndonos negativamente a una mujer, ya que de elogio no tiene nada.
Y así empezamos a llamar las cosas por otros nombres mientras estas referencias sexuales comienzan a definir poco a poco nuestra existencia. “El pipí de los nenes” es pa’ repartírselo a las nenas, pero “la toti de las nenas”, es algo privado de las nenas y solo de ellas. Pero con la llegada de la adolescencia (a veces antes) y gracias a las hormonas, este cuento comienza a dejar de hacer sentido.
Las nenas comenzamos a sentir cosas nuevas que nos hacen curiosear: de repente ya no nos tapamos los ojos cuando vemos escenas de sexo, por el contrario, queremos ver; y descubrimos que el roce de algunas cosas nos invita a querer rozarnos más… Pero nos sentimos culpables, pues eso no fue lo que nos enseñaron en casa, y obvio que mucho menos en la iglesia. Ya nos habían dejado bien claro que debíamos llegar virgen al matrimonio, porque papá Dios nos está velando (y enjuiciando) todo el tiempo, y que sentir cosas “allá abajo” es una tentación del diablo. Entonces esto nos hace sentir sucias y encima de esto frustradas porque definitivamente algo malo nos está pasando.
Pero un día las hormonas pueden más que los cuentos y nos dejamos llevar. Comenzamos a aceptar que sentir cosas “allá abajo” nos gusta, nos encanta, y ya poco nos importa cargar con la culpa respirándonos en el cuello. Y así crecemos, batallando entre lo que nos enseñaron y lo que fuimos descubriendo, para un día comprender que no estábamos solas en esto, que no estábamos poseídas por el mal. Entonces descubrimos que la explicación a todo esto, es que simplemente somos seres sexuales desde el primer segundo en que se formó nuestra vida. Que del sexo venimos y hacia el sexo vamos.
Por eso películas como Antes que cante el gallo son importantes. Porque con crudeza nos confronta con distintas realidades para ayudarnos a entender que esas cosas suceden, que los deseos sexuales están ahí y que cuando los reprimimos nada bueno pasa. Que somos seres imperfectos, llenos de contradicciones, batallando constantemente entre lo que está bien o está mal. Nos invita a una controversia incómoda, pero necesaria para dejar a un lado la hipocresía de creer que tenemos vidas perfectas o que podemos lograr tenerlas. Que todos tenemos algo de buenos y algo de malos, y que somos nosotros quienes decidimos a qué lado le damos más peso.
La película no tiene héroes; no nos muestra a nadie completamente ejemplar. Por el contrario, nos presenta un reflejo de nuestra condición humana, mientras se burla de la hipocresía de la sociedad donde “eso no se dice, de eso no se habla y hay que creer por fe”.
P.D. Si aún no has visto esta pieza de arte llamada Antes que cante el gallo, corre a verla este fin de semana.