
La primera vez que tuve sexo fue con una mujer a mis 21 años. Aún recuerdo lo nerviosa que me sentía, pero yo estaba determinada a perder mi virginidad con aquella jeva. No quería seguir retrasándolo después del fiasco del primer intento. Ella llegó a mi hospedaje, hablamos un rato y luego la llevé a mi cuarto. Allí comenzó el toqueteo, en una cama “twin” que no daba mucho espacio para maniobrar, aunque eso no fue problema. Mi cuerpo no paraba de temblar…los nervios se habían apoderado de mí. Ya se me había olvidado como era que se encontraba el punto G (según Google). El corazón se me quería salir del pecho. Tenía miedo de que se diera cuenta, pero lo mejor de todo es que el de ella se quería salir también. Podía sentir sus palpitaciones en mi pecho y viceversa. Sentía como mi cuerpo se calentaba de pies a cabeza… una sensación deliciosa y única.
En aquel entonces pensé que me había desempeñado de manera razonable y la verdad es que estuve terrible. Casi ni me movía y tampoco me atrevía a tocar su vagina. “No tiene dientes”, me decía para mis adentros. Estaba más perdida que un “gringo” en el Yunque. De más está decir que nunca encontré el bendito punto G. Ella se encargó de hacer la mayoría del trabajo y se lo agradezco. Tal vez no fue la mejor noche de mi vida pero sí una de las más importantes porque me sentí liberada. Sentía que había recuperado una parte de mí que había ocultado por mucho tiempo.
Esa noche ella se quedó conmigo. Dormimos juntas y acurrucaditas en aquella pequeña cama. Desperté temprano en la mañana y le preparé desayuno, mis famosas tostadas francesas. Desayunamos, hablamos como si nada y luego se fue. Se fue para volver muchas noches más y otros tantos desayunos. Mientras, yo comencé a dar mis primeros pasos hacia las afueras del closet.
– Tostadas Francesas